La estrategia consiste en la voluntad de no diseñar ningún edificio, ninguna arquitectura singular y autónoma, sino construir o reparar un trozo de ciudad. Para hacerlo es necesario observar en detalle el lugar y buscar sus rasgos característicos, aquellos que definen su atmósfera y personalidad. Mirar el lugar como un extranjero y así apreciar mejor la belleza de sus edificios, la proporción del lleno respecto al vacío, el color característico del ladrillo oscurecido a lo largo de los años por las minas de carbón de Silesia, sus cubiertas en mansarda, la textura cerámica de sus medianeras, etc. Y de esta manera encontrar cual es la última pieza del puzle que falta, aquella que finalmente da sentido a todo el conjunto y potencia su carácter único sin ninguna ambición de transformarlo, más bien de entenderlo y mostrarle el debido respeto. La arquitectura desde ese punto de vista deviene secundaria y opta por desaparecer insertándose con naturalidad en el conjunto.
Bajo este planteamiento no hacen falta, pues, más intenciones. El edificio completa la manzana y continua la alineación de la calle fundiéndose con la forma y la altura de sus vecinos y toma la textura y color de la cerámica de la modesta fábrica de bombillas existente que el concurso proponía demoler. Esta textura invade el interior del edificio y construye su particular luz y atmósfera. Un patio central en el interior trata de hacer visible la magnífica calidad de los muros existentes en el interior de manzana y así hacerlo público y habitable, construyendo un recorrido a su alrededor. Una escalera lineal recorre en altura todo el edificio y habilita un espacio de encuentro de los estudiantes al salir de sus clases transparentando en el patio su movimiento como si fueran los figurantes en una película.
Mantener la pequeña fábrica de bombillas nos pareció importante para mantener el carácter y la personalidad de la calle. Una vez tomada esa decisión, que en su momento nos pareció radical y reivindicativa, el nuevo edificio no es más que una consecuencia lógica de ella. Una apuesta por la continuidad de la calle, del color, de la textura y de la forma de los edificios colindantes que, sin embargo, no renuncia a una forma autónoma y reconocible. La antigua edificación queda situada en el centro y soporta un volumen que flota por sus extremos generando el acceso principal por un lado y el del interior de manzana y aparcamiento subterráneo por el otro.